en su cara se sucedieron uno a uno microgestos que acompañaron mis palabras… arrancó con desprecio, siguió con interés… tuvo su punto cumbre en la vergüenza del que acepta un halago y terminó con el desprecio incrédulo del que se prepara para odiar…
tras una leve sonrisa de mi parte que le dio otro contexto a la frase traté de quebrar su primera línea de defensa y de convencerla de que su francotirador depusiera la actitud.
cuando sus comisuras empezaron a temblar conteniendo la sonrisa y su entrecejo se relajó para mirarme a los ojos supe que el tratado estaba listo para ser firmado y con la tinta roja de un beso que nos quemó, sellamos una paz con sabor a pólvora...